miércoles, 29 de febrero de 2012

Agárrate que vienen curvas

En Pakse compramos el billete de autobús para ir a Vientiane, la capital de Laos. Después de la última experiencia, decidimos que intentaríamos coger un buen autobús, pero aquí nunca se sabe. Nos dirigimos a la estación VIP, y compramos el ticket para un sleeper. Mientras esperábamos la salida del autobús, una pareja se dirigió a nosotros en español. Estuvimos un buen rato charlando y nos fuimos a cenar juntos, así que el tiempo de espera se nos pasó volando y para cuando nos dimos cuenta ya era la hora de salida. El viaje fueron diez horas y las pasamos practicamente todas durmiendo.

Al llegar a Vientiane, nos costó bastante tiempo encontrar alojamiento. Lo que tenía un precio razonable daba un poco de miedo, y lo demás no estaba al alcance de nuestras posibilidades. Asi que nos agobiamos bastante, y para evitar mayores tensiones decidimos desayunar, porque con el estómago lleno y sin mochilas colgando, se lleva todo mucho mejor. Finalmente conseguimos una habitación que estaba muy bien, aunque un poco cara, quince euros, desayuno incluído.

Yendo al consulado de Tailandia encontramos un restaurante local que preparaba una comida deliciosa y en el que repetimos varios días.


Vientiane es una ciudad tranquila, que más parece un pueblo que la capital del país. Ultimamente nos hemos aficionando a andar en bicicleta y como había muy poco tráfico, nos aventuramos a recorrerla en este medio de transporte. Si no tienes demasiado tiempo, en un sólo día se pueden visitar los lugares más interesantes, pero nosotros le dedicamos cuatro días. Entre otras cosas porque nos teníamos que sacar el visado para Tailandia y sólo para los trámites necesitas dos días: uno para la entrega de la documentación y pago de las tasas, y el otro, para recoger el pasaporte con el visado correspondiente de dos meses que ya tenemos en nuestro poder.

Phra keo


That Luang


Por la mañana, dábamos una vuelta en bici por la ciudad y, cuando ya no se podía aguantar más el calor, nos retirábamos un rato al frescor del aire acondicionado de nuestra habitación, para salir al atardecer por la zona del río, donde había un mercado nocturno.

Un día quedamos a tomar unas cervezas con Alvaro y Tauli, la pareja que habíamos conocido en Pakse y nos echamos unas buenas risas con ellos. 

Como siempre visitamos el mercado y aprovechamos para hacer alguna comprilla. Queríamos una tarjeta de memoria para el móvil y un cable USB. Hay toda una sección dedicada a la venta de accesorios, la mayoría piratas. Tras probar cuatro tarjetas, por fin la quinta fue reconocida por el móvil, pero el cable USB no lo pudimos probar y nos fiamos.¡Grave error! Cuando llegamos al hotel lo enchufamos y no funcionaba. Al día siguiente volvimos al mercado y ¡sorpresa! el establecimiento donde lo habíamos comprado estaba cerrado. Menos mal que no nos había costado demasiado...

En Vientiane compramos el billete de autobús para ir a Vang Vieng. En la mayor parte de países que estamos visitando, las estaciones de autobuses quedan a las afueras, por lo que la compra del billete suele llevar incluído el transporte desde el lugar donde estás alojado hasta la estación. El día que nos íbamos, nos tenían que haber venido a recoger a las nueve y media de la mañana, ya que el bus salía a las diez. A las nueve cuarenta cinco no aparecía nadie, decidimos coger un taxi y como no teníamos tiempo para regatear nos metieron un buen sablazo. La verdad es que no sabemos si se nos hizo largo por la impaciencia, pero el caso es que nos pareció que la estación estaba bastante lejos. Para colmo tuvimos la mala suerte de que nos paró la policía y dimos ya por perdido el autobús. Y mientras el policía miraba, remiraba y volvía a mirar los papeles del coche, nuestras caras dibujaban una enorme sonrisa por si acaso...Finalmente, hizo bajar al conductor, que nos miró un tanto azorado diciéndonos "one moment" y regresó unos minutos después. Es el pan nuestro de cada día en Laos. No hace mucho, en el trayecto de Champasak a Pakse, también pararon a nuestro camioncillo y el conductor se bajó, no sin antes pedir dinero a la señora que se encargaba de cobrar el billete. Bueno, que nos vamos por los cerros de Úbeda, cuando llegamos, el autobús se había ido hacía ya media hora. Para uno que sale puntual, nosotros llegamos tarde...Intentamos explicarle al de la taquilla que no nos había venido nadie a recoger y patatín y patatán...y con el poco inglés que sabía nos pareció entenderle que iban a hacer regresar al autobús para venir a buscarnos. Y así fue que al cabo de media hora, un autobús lleno de extranjeros apareció por allí. Así comenzó un viaje de casi cinco horas para hacer un trayecto de 153km por una carretera que en muchos tramos estaba sin asfaltar, pero que ahora podemos decir que es una maravilla si la comparamos con la que va de Vang Vieng a Luang Prabang.

Llegamos a Vang Vieng, nos instalamos en una guest house  por el módico precio de seis euros la habitación y nos fuimos a dar una vuelta. De esta manera descubrimos a las denominadas por nosotros "las señoras". Unas simpáticas laosianas apostadas a un lado de la carretera con sus chiringos dando voces para atraer a los turistas y que vendían impresionantes bocadillos de imborrable recuerdo por algo menos de un euro.

Vang Vieng debe su fama no tanto a la espectacular naturaleza que rodea al pueblo como al tubing, una actividad que consiste en montarte en un gran neumático y dejarte llevar por la corriente del río. Todo muy sano, si no fuera porque muchos de los que lo practican paran a lo largo del recorrido en numerosos garitos instalados en los márgenes del río para echar un trago. Y así, uno tras otro, algunos llegan en un estado bastante lamentable. Y luego, la fiesta continúa en un lugar llamado "la isla".

Sin embargo, Vang Vieng es mucho más que todo ésto. De hecho nosotros hicimos algunas excursiones por nuestra cuenta y nos recorrimos los alrededores, llenos de formaciones rocosas kársticas, cuevas, lagunas, etc...

En bicicleta fuimos hasta la Tham Phu Kham. Tardamos como una hora y media en llegar. Pese a que la distancia no es demasiado larga, unos diez kilómetros, el camino está en muy mal estado y hay que ir con mucha atención para no comerte las piedras, agujeros, los pollitos, las vacas, los perros, los niños...en fin...además de las paradas necesarias para admirar el paisaje.


 



Una vez allí, lo primero con lo que te encuentras, es una pequeña laguna azul en la que te puedes bañar. Subiendo por un escarpado sendero se llega a una cueva de enormes dimensiones en la que hay un buda yacente. Sin duda, una de las cuevas más impresionantes que hayamos visto. Al volver a la guest house nos topamos  con el rodaje de una película australiana "The locker". No nos extraña que alguien pueda elegir esta localización.

La laguna azul



Para ir a la llamada cueva del elefante, y ver otros pueblecillos como Phatang, alquilamos una moto. Jon se animó con una semiautomática, y aunque al principio andábamos un poco a trompicones, enseguida le cogió el truquillo, aunque la carretera, por llamarla de alguna manera, se las traía.

Pagando el peaje para el puente




Entorno de la cueva del elefante




Llegamos al templo de Pathang y los monjes estaban deseosos de que les hiciéramos fotos

Entre bocadillo, Beer Lao y cuevas, se pasaron los días y con mucha pereza ante lo que sabíamos que nos esperaba, nos fuimos a Luang Prabang. Ya nos habían advertido que la carretera era terrible, y una vez iniciado el viaje no hizo más que confirmarse. Nos acordamos de Miguel de Huesca al que conocimos en Don Det, y que nos dijo que era como un puerto de montaña interminable. Si a ésto le añades tramos estrechos y sin asfaltar, con precipicios de los que mejor no mirar, hizo que Silvia corriera la cortinilla del autobús en más de una ocasión. Ya se sabe, ojos que no ven... Tardamos siete horas y media en recorrer doscientos cincuenta kilómetros. A los que sean aprensivos, les recomendamos cogerse el avión desde Vientiane. Eso sí, el paisaje es impresionante,  montañas cubiertas de vegetación en las que parece no entrar ni un árbol más. Por el camino  también vas pasando por numerosos pueblitos muy pobres que están como perdidos, habitados por minorías étnicas. Nos parece increíble que puedan vivir en unas condiciones tan duras y en medio del polvo procedente de la tierra seca y que lo impregna todo. 
También en algún momento nos entraron ganas de bajarnos del autobús y aplaudir a algún intrépido ciclista que transitaba por esta carretera. ¡Eso sí que es una aventura!

Luang Prabang, la tierra prometida. Afortunadamente no tuvimos que buscar alojamiento al llegar, ya que habíamos tenido la prudencia de reservar la primera noche y pocas veces como ésta nos hemos alegrado tanto de haberlo hecho después de semejante viaje. Como teníamos hambre, le dijimos al del hotel que nos recomendara algún sitio barato para cenar. Nos indicó una calle perpendicular al mercado nocturno, en la que los locales ofrecen una especie de buffet por un euro que consiste en meter todo lo que entre en un plato que ellos te facilitan. Se puede llenar una sola vez, así que hay que ver las montañas de comida que se prepara la peña, extranjeros en su mayoría, claro...

El mercado 



Templo dentro del recinto del Museo del Palacio Real y mercadillo nocturno





Atardecer sobre el Mekong desde el Phu Si




El buffet




De charla con los novicios en uno de los múltiples templos de Luang Prabang. Nos preguntaron si sabíamos inglés, pues les gusta practicarlo con los extranjeros.


Es una ciudad preciosa, surcada por dos ríos, el Mekong y el Nam Kham, con multitud de templos budistas y en la que se aprecia en cada esquina la impronta que dejaron los franceses, tanto en la arquitectura de las casas, como en los numerosos restaurantes y pastelerías... mmm....

En la confluencia del Mekong y el Nam Khan



Estudio fotográfico al aire libre.  Te hacen una foto y te la revelan al momento.



Una calle de Luang Prabang






Atravesando con la bici uno de los puentes de bambú


Tres de los cuatro días que estuvimos aqui alquilamos bici y fuimos descubriendo todos los rincones de la ciudad. El último día decidimos ir a las cascadas de Kuang Si, situadas a 32km de la misma. El dilema era si hacerlo en bici o contratar un tour en una agencia. Animados por nuestra creciente afición y por la descripción que del recorrido hace la Lonely Planet, calificándolo como "suavemente ondulado" nos decidimos por la bici. Para nosotros lo importante era llegar, luego una vez allí ya nos las arreglaríamos para volver con algún tuc tuc. No tuvimos en cuenta que las bicicletas que alquilamos únicamente tenían un desarrollo. Así que empezamos animosos, una subidita, una bajadita... hasta que en el kilómetro once, la carretera se convirtió en una continua pendiente imposible de superar, por lo que nos bajamos de la bici y caminamos un rato. Como aquello no terminaba, y con la incertidumbre de no saber cómo sería el resto del camino, decidimos, decepcionados, darnos la vuelta. Nos fuimos directamente a una agencia y unas horas más tarde llegamos a las cascadas.



Kuang Si




En un poblado hmong a la vuelta de las cascadas


















Se nos ocurrió repartir unos caramelos que llevábamos y de repente nos vimos rodeados por un montón de niños. Como la cosa se nos iba de las manos optamos porque fuera una señora del pueblo quien los repartiera


Parece que fue ayer cuando llegamos a Laos y sin embargo ya estamos en la recta final de nuestro viaje por este país. Nuestro último destino, a cincuenta kilómetros de la frontera con China será Luang Namtha. Pero ese será tema para otra entrada.

martes, 21 de febrero de 2012

Sur de Laos

Nuestro primer destino en Laos ha sido Pakse. Es una pequeña ciudad cerca de la frontera con Tailandia, razón por la que la visitan muchos viajeros y porque es un buen punto de partida para explorar la meseta de Bolaven. 

Nada más llegar, como siempre, buscar alojamiento y luego, y también muy importante, encontrar un sitio bueno, bonito y barato para cenar.

Lo de bueno y barato, pues sí, pero lo de bonito...

En Pakse no hicimos gran cosa. A la mañana siguiente fuimos a Correos a echar unas cartas, compramos el billete para ir a "Cuatro mil islas", dimos un par de vueltas por el pueblo y  de la forma más tonta ya habíamos matado el día.


Uno de los mercados de Pakse

Otra modalidad de tuc tuc
El tercer día en Laos comenzó con el  viaje a Don Det. A las ocho de la mañana, nos montamos en una furgoneta de once plazas, trece personas. Más de tres horas allí dentro sin espacio ni para apoyar la espalda. A mitad de camino, hicimos una parada para ir al baño y coincidimos con un azpeitiarra y un pamplonica que viajaban con un argentino, de cuyos nombres no conseguimos acordarnos y que iban también a Don Det, pero en otra furgoneta. ¡Qué gusto da encontrarse con gente de la tierra!




Don Det es una isla del Mekong en el sur de Laos, a muy pocos kilómetros de Camboya. Al bajar de la lata de sardinas, nos indicaron la taquilla en la que teníamos que comprar el ticket para el ferry y nos timaron 10000 kip (un euro aproximadamente) por comprarlo allí en lugar de hacerlo en el embarcadero. El mencionado ferry es una barquichuela más pequeña que la que cruza de San Pedro a San Juan y en la que compartimos un viaje singular con nuestros compatriotas y su amigo, el argentino, tocando el ukelele.



Llegamos hasta una playa y para desembarcar, sumergimos nuestros pies en las prístinas aguas del río Mekong y una vez en la arena, empezó la carrera para la búsqueda de alojamiento. Al principio, embelesados con el paisaje y el ambiente relajado que se respiraba, todos los recién llegados íbamos juntos. Pero tras preguntar en varias guesthouses y comprobar que estaban todas ocupadas, aquello se convirtió un poco en un "sálvese quien pueda". Finalmente, aunque un poco cara, encontramos una cabañita de madera con vistas al río.





Este es uno de esos lugares del que nos ha dado pena irnos y al que querremos regresar siempre por muchas razones. Por encontrarse en plena naturaleza y tener un paisaje espectacular, por su autenticidad, por la tranquilidad...Es el sitio perfecto para no hacer nada, salvo tumbarse en una hamaca a la sombra leyendo, escribiendo o simplemente dejando que pase el tiempo, mientras escuchas música de Tracy Chapman, Bob Dylan o Led Zepelin que ponen en el chiringuito de enfrente.



Además de no hacer nada, también alquilamos unas bicicletas y nos fuimos a dar un paseo hasta la otra isla, Don Khon, donde hay unas cataratas y a la que se llega atravesando el puente francés que las une.

Al volver de las cascadas, nos comimos  un coco y estuvimos jugando con los hijos de la mujer que atendía el puesto



De esta manera se pasaron los días aqui, sin darnos cuenta y tuvimos que tomar la difícil decisión de marcharnos. Así que compramos los billetes para Champasak, otro pueblecito a orillas del Mekong. Como la experiencia en la furgoneta no había sido muy positiva, pensamos que sería mejor el autobús, por lo menos tendríamos cada uno nuestro asiento. El viaje fue como pasar del paraíso al infierno sin que te dé tiempo a pasar por el purgatorio. Nos habían vendido un autobús VIP que salía a las once de la mañana, con el bote incluído. Así que a la hora señalada, unos cuantos guiris nos apelotonábamos en la playa. Metidos en nuestro bote, casi a presión, con el equipaje de todos y una importante escora a babor, nos dispusimos a iniciar la travesía de unos diez minutos, que nos llevaría a tierra firme. Ibamos muy despacio y cuando nos cruzábamos con alguna embarcación laosiana nos miraban como diciendo: "estáis pirados".
A eso de las once y media apareció una carraca destartalada con una rueda pinchada y un cristal roto que resultó ser nuestro autobús VIP. El conductor y su ayudante sudaron la gota gorda para cambiar la rueda, pero finalmente a eso de la una y veinte nos pusimos en marcha. Nosotros no nos percatamos, pero parece ser que el autobús también se inclinaba hacia un lado, hasta el punto que oímos al chaval argentino que decía: "Xo no quiero morir acá, aún quiero tener un hijo" Así que nos dimos la vuelta riendo y nos preguntó: "¿ustedes quieren morir acá?"

La verdad es que en la foto se ve mejor de lo que era...

Menos mal que solamente teníamos una hora y media de viaje. Por fin llegamos a nuestro destino, no sin antes tener que "aclarar" a nuestro guía que teníamos el transporte pagado hasta el embarcadero y no hasta la carretera donde nos quería abandonar. Finalmente accedió a pagarnos un tuc tuc hasta Van Muang, donde cogimos otro "ferry" hasta Champasak.

Nuestro ferry para cruzar a Champasak.
Al llegar al otro lado del río, nos encontramos con una pareja de españoles, que nos comentaron que aún nos quedaban dos kilómetros para llegar al centro del pueblo y no había tuc tuc a la vista. No nos hacía ninguna gracia pensar que con la solana que estaba cayendo, íbamos a tener que caminar...Afortunadamente no fue así, encontramos un transporte que nos llevó a Champasak, que es la tranquilidad absoluta hecha pueblo. Dimos con una guesthouse por cinco euros la habitación, y con un lugar para cenar en una restaurada villa francesa donde dimos cuenta de una excelente pizza, acompañada, por supuesto de una Beer Lao.

En esta localidad visitamos el Wat Phu Champasak que es un conjunto arqueológico jemer declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Su estado de conservación es bastante malo, pero el entorno en el que se encuentra situado es una maravilla: lagos artificiales, árboles frangipani que flanquean la subida a la terraza superior, en la que se encuentra el santuario, y finalmente las montañas cubiertas de densa vegetación.





Otros viajeros con los que nos habíamos ido encontrando nos habían dicho que este pueblo no tenía nada de particular, sin embargo a nosotros nos ha encantado pasar unos días aqui. Te da la oportunidad de relacionarte con la gente, y el paisaje es espléndido. Basta con asomarse a la ribera del Mekong para ver playas interminables, a los niños bañándose en el río, a los pescadores echando las redes al atardecer...


De Champasak volvimos a Pakse en una camioneta abarrotada de lugareños y nos dirigimos a la estación de autobuses para comprar el billete que nos llevaría a Vientian, la capital de Laos.



Ya teníamos ganas de hacernos una foto con nuestro equipaje. La primera en cinco meses.

miércoles, 15 de febrero de 2012

De paso por Tailandia


Tailandia ¿el país de la sonrisa?
Uf! Bangkok, un gigante donde viven doce millones de personas, nos daba un poco de miedo, como siempre cuando se trata de grandes ciudades. Así que decidimos buscar alojamiento por internet y no volvernos locos al llegar. Reservamos para tres noches, no creíamos que pudiésemos aguantar más tiempo...

Llegamos a las cinco de la tarde. El autobús nos dejó en la calle Khao San. La buscamos en la Lonely y resulta que estaba muy cerca de la calle de nuestra guest house, así que en diez minutos ya estábamos instalados en nuestra habitación, un cubículo de 2x2, pero, eso sí, con baño y aire acondicionado. ¡A ésto lo llamo yo empezar con buen pie!

Bangkok es una mezcla entre lo tradicional y lo moderno. Por un lado los templos budistas, los mercados, las casitas de madera en los márgenes de los canales. Y por otro, los enormes rascacielos, los megacentros comerciales, las avenidas atestadas de vehículos, el skytrain, los atascos, la polución,...Todo ello envuelto de un intenso olor a comida que te acompaña vayas adonde vayas...Un coktail interesante y a veces estresante, sobre todo con temperaturas superiores a treinta y cinco grados. Sin embargo a nosotros nos gustó tanto que no pudimos resistirnos a quedarnos una noche más.



Wat Pho

Wat Arun



Palacio Dusit



Río Chao Phraya

Estuvimos viendo el Palacio Real, varios wats, nos metimos en la universidad, en los mercadillos...Nos gusta caminar, pero las distancias son enormes y el calor nos lo puso difícil. Así que para ir de un lado a otro, nos decantamos por el barco y los autobuses, en lugar del tuc tuc, que siempre intenta hacer una parada por el camino para que compres en alguna tienda con la que están compichados.

Recinto del Gran Palacio






Buda yacente de 46 m de largo






Lo de los autobuses es una auténtica locura. Hay decenas de números. En la guest house nos dieron una lista de los que nos dejaban en nuestra zona. Pero alguno debía estar equivocado porque en una de éstas acabamos en un distrito de la ciudad que no figuraba en nuestro mapa y tardamos por culpa de un tremendo atasco dos horas en llegar al hotel. Increíble la paciencia de esta gente, no se oía ni un bocinazo, no se veía ni un gesto de nerviosismo...

Nos tocaron los autobuses más viejos, y no sabemos por qué,  pero fuimos gratis. También los hay más modernos con aire acondicionado



Barcaza que navega por los canales. Las bandas azules laterales son para evitar las salpicaduras del agua, que por cierto está asquerosa.

Bangkok nos gusta, nos ha conquistado. ¿Y cómo lo ha conseguido? Fácil y sencillo: con la comida, porque está buenísima y es muy barata. Es una ciudad con un ritmo trepidante, pero en la que también encuentras espacios que son un auténtico remanso de paz. La experiencia con la gente ha sido muy buena. Muchas veces simplemente al pararnos para consultar el mapa y situarnos, venía alguien a preguntarnos si necesitábamos ayuda.

Por la tarde noche nos íbamos a Khao San, donde hay un montón de bares, restaurantes, y tiendas. Es una zona muy animada, llena de extranjeros y en la que puedes cenar o tomarte algo escuchando música en directo. También tienes oportunidad de probar insectos apetitosos como cucarachas, gusanos, saltamontes, escorpiones, etc... Hacerles la foto, cuesta 10 bath. Parece que la gente se limita más a mirar que a comprar...

Khao San


Muñecos de cera a la venta en un mercadillo ambulante

A dos horas de Bangkok está Ayutthaya, que es una isla rodeada por tres ríos, y en la que se conservan varias ruinas de la ciudad antigua declaradas Patrimonio Mundial. Como nos pareció interesante y nos quedaba de camino a la frontera con Laos, nos quedamos un par de noches.

Modelo de tuc tuc en Ayutthaya


Alquilamos una bicicleta y nos fuimos a ver los templos, que realmente es el único interés que tiene este lugar, aunque el mercado es entretenido y hay unos cuantos restaurantes muy coquetos en la ribera del río.

Wat Phra Si Sanphet


















Cabeza de Buda en el Wat Phra Mahathat


En el camino de vuelta de los templos al pueblo, nos pegamos un buen susto. Al otro lado de la carretera vimos una especie de lagarto, como de un metro y medio de largo. Cuando nos disponíamos a sacar la cámara para inmortalizar el momento, se dio a la fuga. La verdad es que no sabemos si agradecérselo o no...

En la estación de trenes de Ayutthaya compramos el billete para ir a Ubon Ratchathani, desde donde habíamos leído que había autobuses directos a Pakse (Laos). El viaje lo hicimos de noche, en litera, que por cierto está muy bien. La llegada era a las siete y media de la mañana, pero se retrasó tres horas, así que perdimos el autobús que teníamos pensado coger a las nueve y media. El siguiente era a las tres y media, un poco tarde quizás para pasar la frontera. En la taquilla de la estación nos juntamos dos alemanes, dos holandeses y nosotros y decidimos cruzarla juntos, en una combinación de varios vehículos: bus local, camión y furgoneta. Fue un paso de lo más fácil y entretenido. Así que ya estamos en Laos, después de un viaje de veinte horas... 

El caso es que llevamos aqui más de una semana, se nos acumula el trabajo en el blog...