domingo, 29 de enero de 2012

Battambang y Tonlé Sap

De Shianoukville cogimos un autobús nuevamente hasta Phnom Penh. Nos costó un dolar más que a la ida porque según nos explicaron, se acercaba el Nuevo Año Chino y como en estas fechas hay muchos desplazamientos, suben los precios. Nos tocaron los asientos del final, al lado del baño. Las cuatro horas que pasamos allí dentro difícilmente se nos van a olvidar por el calor tan tremendo que pasamos. El bus lleno, el aire acondicionado ni se notaba, y sin poder abrir una ventanilla, aquello parecía un horno y nosotros los pollitos.

En cuanto llegamos a Phnom Penh, compramos el billete en la estación de autobuses para el día siguiente poder irnos a Battanbang. Y esa tarde hicimos algo que no habíamos hecho en los cuatro meses que llevamos de viaje: nos fuimos a hacer la compra a un centro comercial. Resultaba desconcertante, con nuestro cestito por el supermercado como si estuviéramos en el Carrefour de Oiartzun, sólo que estábamos en Camboya, una sensación extraña, aunque lo disfrutamos mucho.

El viaje a Battambang se convirtió en una especie de caza al mosquitosaurio. Los había por decenas. Entregados al exterminio de este desagradable volador, la primera hora se nos pasó volando. Y luego, entre echar un sueñecito y hacer las paradas de rigor para comer algo e ir al baño, para cuando nos dimos cuenta, ya estábamos en Battambang. Muchas veces solemos comentar entre nosotros, que el tiempo que pasamos en los autobuses, trenes y otros transportes varios, aunque sean un montón de horas, ya no se nos hace tan pesado.

Battanbang es una ciudad ribereña pequeña y agradable, pero en la que no hay mucho que hacer, ni que ver, salvo dejar que el tiempo pase plácidamente mientras paseas por la ciudad observando a los lugareños. Nosotros estuvimos tres noches y aprovechamos para algunos quehaceres cotidianos como ir a la peluquería y llevar la ropa a la lavandería.

Una calle de Battanbang


Delicioso guiso de pescado

También cogimos el tren de bambú, que es la atracción del lugar. Este medio de transporte bastante rudimentario pero con mucho encanto, es una plataforma que va montada sobre dos ejes y un pequeño motor de gasolina que transmite su movimiento al eje trasero. La historia es que nos montamos en el mencionado artilugio y fuimos a toda leche sobre unas vías bastante destartaladas hasta llegar a un pueblo donde nos quedamos una media hora. Allí, dos niñas de once y doce años nos hicieron de guías y nos enseñaron tremendamente orgullosas un molino de arroz.

Nuestro vagón particular en el tren de bambú



Nuestras guías, improvisadas para nosotros, no tanto para ellas que hacen ésto todos los días con los turistas y se ganan un dinerillo extra para la familia.


Nuestro siguiente destino: Siem Riap. Para llegar hasta allí cogimos un barco o más bien un pequeño bote con asientos de madera en el que, si tienes suerte, te ponen una especie de cojín debajo de las posaderas para hacer más cómodo el viaje. Atravesamos el Tonlé Sap en una travesía de ocho horas. Es un poco largo pero muy interesante porque vas viendo, como en el Delta del Mekong, pueblos flotantes y aldeas en los márgenes del lago.







A veces tenemos la sensación de estar invadiendo su intimidad, porque pasas tan cerca de sus casas, que por supuesto están abiertas, que parece que casi puedes estar dentro de ellas, viendo todo lo que allí sucede. Sin embargo a ellos poco o nada les importa, ya que siguen con sus tareas cotidianas, como si no hubiera nadie. Es encomiable la dignidad que muestran en sus miradas y la felicidad de los niños que salen a saludarte, diciéndote adiós con las manos con todas sus fuerzas, a pesar de que no parezca que les sobre mucho de nada, más bien al contrario.







Por fin llegamos a un embarcadero, que está a unos cuantos kilómetros de Siem Riap. En teoría, teníamos el transporte incluído hasta la ciudad con el pasaje del bote, pero, cuando llegamos, no había ningún tuc tuc esperándonos, así que tuvimos que coger uno con unos holandeses para que nos saliera más barato. Así que dos chicarrones holandeses y nosotros en un tuc tuc con las mochilas de los cuatro por una carretera no asfaltada dando más botes que en algunas montañas rusas que nos hayamos montado. Para finalizar el viajecito, el tuc tuc pinchó y tuvimos que esperar como media hora a que le repararan el pinchazo. Aprovechamos para realizar algunas fotos de unos arrozales que había por allí cerca. Llegamos muy cansados a Siem Riap, dimos una pequeña vuelta y nos retiramos a dormir.

Atentos al gato de alta tecnología




lunes, 23 de enero de 2012

Camboya: Phnom Pehn y Sihanoukville

No teníamos planeado visitar este país, pero ante la insistencia por parte de otros viajeros que nos íbamos encontrando por el camino y que hablaban maravillas del mismo, decidimos hacer el primer gran cambio de planes y sumergirnos en Camboya.

Camino a Phnhom Penh desde Vietman íbamos trece guiris en una furgoneta, bastante apretaditos y con un aire acondicionado más bien flojo. Al principio la carretera no era más que una pista de arena y piedras, hasta tal punto que hubo un momento en que tuvimos que bajarnos y caminar unos metros para evitar que la furgoneta se quedara atascada. Por la ventanilla veíamos pasar extensos campos de arroz y pequeños pueblos situados en la ribera del río, hasta que llegamos a una vía principal. Aquí comprobamos que al igual que a sus vecinos, los vietnamitas, les gustan los adelantamientos"in extremis", pero aún le dan más emoción, porque conducen a toda velocidad. Arcenes, ¿para qué os quiero?


De esta manera llegamos a la capital del Reino de Camboya y cogimos un tuc tuc para ir a la guest house que habíamos reservado en la zona ribereña. En esta parte de la ciudad hay un montón de hoteles y restaurantes y es donde se alojan la mayor parte de los extranjeros. También hay mucha gente pidiendo en la calle, sobre todo mujeres y niños, y muchos occidentales de edad avanzada acompañados de preciosas jovencitas camboyanas...Una realidad indignante, en un país en el que no hace falta pasar demasiado tiempo para ver la tremenda desigualdad existente.

Nuestra impresión de Camboya resultó muy positiva, no porque Phnom Phen sea bonito, aunque tiene algunos edificios espectaculares, como el Palacio Real o la Pagoda de Plata, sino porque los camboyanos son una gente absolutamente encantadora. Te quedas prendado de su sonrisa, casi permanente, y de su amabilidad. Hasta regatear con ellos es un auténtico placer.







Esta forma de ser tiene más valor, aún si cabe, conociendo el horror y la tragedia en que se vio sumido este pueblo. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que lo que sucedió en este país de 1975 a 1979, es decir, ayer mismo, es un terrible genocidio del que poco se ha hablado a nivel internacional. De hecho, nosotros apenas conocíamos el tema antes de llegar aquí.

Estuvimos en el Museo de Tuol Sleng, una escuela reconvertida por el régimen de los jemeres rojos en un centro de tortura y asesinato sistemático. Es difícil explicar las sensaciones que se perciben en este lugar, diremos que no son precisamente agradables. Es como si todo el horror acontecido en esas paredes se hubiese quedado impregnado en el ambiente y lo pudieras percibir mientras recorres las antiguas aulas en medio de un silencio estremecedor. Se estima que en Tuol Sleng, una de las 196 prisiones que existieron en todo el país, fueron detenidas y asesinadas entre catorce y veinte mil personas, muchas de ellas familias enteras, incluídos los niños. Los camboyanos mantienen este lugar practicamente tal y como se lo encontraron tras la caída de los jemeres rojos y quieren que permanezca en la memoria para que atrocidades como ésta no se vuelvan a repetir ni en su país, ni en el mundo. Este museo fue abierto tan sólo unos meses después de la caída del régimen.



Tras pasar dos días en Phnom Penh nos fuimos a la costa sur, concretamente a Sihanoukville, lugar en el que según habíamos leído, están las mejores playas de Camboya. En el autobús que nos llevaba para allí, decidimos que íbamos a alojarnos en Serendipity Beach, una zona que nos pareció que podría tener muy buena pinta. Al llegar, tras negociar el precio en la estación de autobuses con unos motoristas, nos fuimos para allá. Nos costó bastante encontrar alojamiento, nos parecía caro y además bastante cutre. Quizás tampoco miramos demasiado bien, porque no conocíamos el lugar y hacía demasiado calor para andar de un lado para otro con la mochila a cuestas. Cuando bajamos a la playa, la imagen fue desoladora: todo estaba lleno de chiringuitos, cada uno de los cuales habían invadido la playa con multitud de tumbonas y sombrillas, que apenas dejaban ver la arena. Decidimos dar un paseo por la zona, cuando en menos de nada, el cielo se puso negro como los cojones de un grillo y cayó una tormenta de aupa, con inundación y estampida de bichitos de alguno de esos garitos. No empezábamos con muy buen pie.


Al día siguiente, con un calor asfixiante, decidimos recorrer la "maravillosa" playa en la que habíamos decidido pasar los siguientes días. Y, naturalmente, la cosa sólo podía mejorar, ya que tras caminar como un kilómetro, los restaurantes desaparecieron dando paso a una playa de arena blanca y desierta, en la que podíamos contemplar a algunos camboyanos haciendo picnic. Lo malo del picnic es que la zona arbolada de la playa estaba llena de restos de comida, botellas y envases de plástico que nadie limpia. La basura es un problema que viene siendo reiterativo en todos los países que estamos visitando.

Pero no todo es así. Llegamos al tramo final de la playa donde había un pueblo de pescadores y nos encontramos con una guest house y un bar muy majo en el que comimos.







Decidimos ver este alojamiento, y, como nos gustó, al día siguiente nos cambiamos, haciendo un dispendio en nuestro presupuesto y pagando 20 $ por noche.

Los días transcurrieron dando largos paseos por la playa y a remojo en las tranquilas y cálidas aguas del Mar de la China Meridional. En uno de estas caminatas, llegamos hasta la playa de Otres, una lengua de arena casi desierta con algún restaurante que otro y alojamientos tipo cabañitas al lado del mar. Quizás si desde el primer día hubiéramos descubierto esta zona, la estancia aqui nos hubiera resultado más gratificante, quién sabe...Lo que está claro es que la costa camboyana, bastante virgen por el momento, quizás no dure mucho tiempo así, ya que a lo largo de las diferentes playas están construyendo resorts y se ven numerosos carteles con nuevos proyectos de edificaciones.




Tras estos cuatro días, volvimos a Pnhom Pehn para pasar allí una tarde y partir al día siguiente hacia Battambang.

domingo, 15 de enero de 2012

De la locura de Saigón a la tranquilidad del Mekong

Traicionando nuestra propia filosofía de viaje, llegamos a Saigón con tan sólo cinco días de visado y sin saber muy bien qué hacer, ni por dónde cruzar la frontera a Camboya. Nada más bajar del autobús, nos ofrecieron varios hoteles para alojarnos, así que nos fuimos a ver uno de ellos. Nos metieron por uno de esos callejones estrechos e interminables, llenos de pequeños restaurantes, tienduchas y un fuerte olor a comida. Cuando llegamos a la guest house, estaba toda la familia congregada en la entrada viendo la televisión. La habitación que nos enseñaron era tan pequeña que casi teníamos que pedirnos permiso para pasar, pero las sábanas y el baño estaban relucientes, así que nos quedamos. Nos instalamos y salimos a cenar. Llevábamos poco tiempo en la ciudad, pero ya intuíamos que nos iba a gustar. Caminando unos pocos minutos, llegamos a una calle abarrotada de extranjeros y vietnamitas sentados en las típicas terrazas con sillas y mesas diminutas, bebiendo unas cervecitas para mitigar el sofocante calor. Así que siguiendo el dicho "donde estuvieres haz lo que vieres", les imitamos. Enseguida entablamos conversación con dos mujeres holandesas que acababan de llegar a Vietnam y que iban a recorrer el Delta del Mekong en bicicleta.

A la mañana siguiente quedamos para desayunar con Tania y sus dos hijos. Ellos habían decidido pasar dos días en el Delta del Mekong y cruzar la frontera por tierra en Song Tien, cerca de Chau Doc y desde allí a Phnom Penh, la capital de Camboya. Nos gustó su plan, así que decidimos hacerlo con ellos. Por tanto, sólo nos quedaba ese día para conocer un poco Saigón, así que nos pusimos a la tarea.




La catedral de Notre Dame

No es una ciudad bonita y desde luego tampoco adecuada para caminar. El tráfico es una locura y probablemente no hayamos visto tantas motos juntas en toda nuestra vida (salvo en Hanoi).




Pero si algo hay que destacaríamos de esta ciudad es su ambiente nocturno. Esa noche salimos con la intención de cenar algo y marcharnos pronto al hotel porque al día siguiente teníamos que coger el autobús tempranito. Sin embargo, el mundo es un pañuelo y nos volvimos a encontrar de casualidad con Rober y Adam, que se estaban tomando unas cañitas, así que nos unimos a ellos. Entre caña y caña vino Josu y nos fuimos a cenar con ellos y tres rusas amigas suyas.




El Delta del Mekong fue todo un descubrimiento. El paisaje nos recordó mucho a los grandes canales de Allepey, en la India.




La diferencia es que el Mekong es tan inmenso que en algunos lugares parece un mar. Visitamos Ben Tre, Can Tho y Chau Doc. Lo que más nos gustó fue navegar por el río y los pueblos y mercados flotantes.



Es sorprendente ver cómo viven en el agua, si hasta tienen las gallinas y los cerdos en "granjas flotantes"...Los que viven sobre el río son más ricos que los que viven en su ribera, ya que los primeros necesitan una barca a motor para desplazarse y tienen que poder mantenerla. También pudimos ver la increíble crecida que experimenta el río durante la época de lluvias. Es de tal magnitud, que la planta baja de las casas situadas aproximadamente a unos veinticinco metros del río, queda totalmente anegada. Ésta es la razón por la que todas las casas están suspendidas sobre pilares.


Es curioso ver cómo tienen marcado por años el máximo nivel alcanzado por las aguas, en algunos casos llegando al primer piso. Para nosotros resultaría una catástrofe semejante inundación, pero para ellos es vida y riqueza, porque cuanto más llueva más abundantes son las cosechas.



Y como siempre, lo mejor de todo, los niños, que según nos veían pasar, salían a todo correr de sus casas para decirnos adiós.



Aquí finaliza nuestro periplo por Vietnam. Antes de pasar la frontera, y mientras nos arreglaban el tema del visado a Camboya paramos a comer. Por la mañana, habíamos conocido a Camilo, un colombiano, que después de doce años en Australia, regresaba a su país de origen. Volvimos a coincidir con él y comimos juntos. Nos estuvo contando un poco cómo había sido su vida en Australia. Daba la impresión de que intentaba convencernos para que tanto Tania como nosotros nos fuéramos a vivir allí. Nos lo vendió tan bien que hemos decidido bautizarlo como "el país de las maravillas", donde los banqueros y las compañías telefónicas tienen corazón y no importa la edad, el sexo ni la experiencia laboral a la hora de encontrar trabajo. Como nada es perfecto, le preguntamos dónde estaba el fallo. Respuesta rápida y sencilla: Australia está demasiado lejos de todo.

La frontera la pasamos a pie, con las mochilas a cuestas y un calor sofocante. Avanzamos por una carretera de piedra y arena hasta el puesto fronterizo de Vietnam, una simple garita y una valla. Tras caminar unos metros por tierra de nadie, llegamos a la frontera camboyana. Ya habíamos entrado en un nuevo país. En cuatro horas estábamos en Phnom Penh.

La frontera entre Vietnam y Camboya

viernes, 13 de enero de 2012

Hoi An, Nha Trang y Muine

Hoi An conserva todo el encanto de los pueblos que permanecen intactos a pesar del discurrir del tiempo. Da gusto pasear por las calles peatonales de la zona antigua, llenas de tiendas y restaurantes (inasequibles para nuestro bolsillo) y, eso sí, abarrotadas de turistas hasta tal punto que nosotros solíamos bromear diciendo que había más extranjeros que vietnamitas.


En el autobús que nos llevó a Hoi An conocimos a Josu y Rober, de Bilbao, y a su amigo Adam de la República Checa. Nos estuvieron contando sus peripecias tanto durante el viaje, como compartiendo cena y unas cervecitas (por cierto a 0,11€ cada caña). Esperamos volver a verles y si no fuera así, les seguiremos en su gran aventura a través de ese blog tan chulo que tienen http://proyectovivi.blogspot.com/.

Como en este pueblo y alrededores no hay demasiado tráfico nos animamos a alquilar una moto para ir a las Marble Mountains. Son unos peñones situados al lado del mar, agujereados como un queso gruyer y cuyas galerías y cuevas son templos naturales dedicados a Buda. También aprovechamos para ir a My Son, unos templos muy antiguos que no están muy bien conservados. Tardamos una hora para ir y otra para volver y quizás fue más interesante el paisaje y los pueblos por los que pasamos, que los propios templos. Cuando nos bajamos de la moto nos dolía tanto el culo que no podíamos ni andar. Habrá que ir haciendo callo...




Playa de Qua Dai, se extiende hasta convertirse en la famosa China Beach, donde los americanos descansaban durante la guerra. Es terrible la cantidad de resorts que están construyendo a lo largo de toda esta costa.

Las dos noches que pasamos aquí nos cundieron mucho, y volvimos a encontrarnos de nuevo con Vanessa, Florent y sus tres hijos, con los que quedamos para tomar un café antes de coger el autobús a Nha Trang.

Llegamos a Nha Trang a las seis de la mañana, después de dormir como angelitos toda la noche en el bus. La primera impresión no fue muy positiva. Se trata de una playa larga, con su paseo marítimo correspondiente, lleno de rascacielos, hoteles, discotecas, centros comerciales, etc...Pasamos dos noches. No merecía la pena quedarse mucho más.

Playa de Nha Trang



Caminando y caminando encontramos esta otra playa.


Mercado de Nha Trang
La cocinera posa orgullosa. Arroz con calamares y arroz con pato. De muerte.

Además el tiempo de visado se nos estaba agotando, así que nos fuimos a Muine. ¿Y qué decir de Muine? ¿Que nos pareció, quizás, el lugar más caro de Vietnam? ¿Que había tantos resorts que no éramos capaces de encontrar un acceso público a la playa? ¿Que estaba lleno de rusos? Pues sí, ésto es Muine. Sin embargo no era lo que nosotros íbamos a buscar. Lo que nosotros queríamos ver eran las fantásticas dunas que se encuentran a pocos kilómetros del pueblo y que es lo más cerca que nosotros hemos estado de algo parecido a un desierto.

Las dunas blancas
Nos levantamos a las cuatro de la mañana para llegar antes de que amaneciera. Cuando llegamos a las dunas blancas todavía era de noche y no había nadie. Aunque nosotros no veíamos un pijo porque se nos había olvidado coger el frontal. Poco a poco con las primeras luces pudimos vislumbrar el paisaje que nos rodeaba. Y sólo por ver ésto, merece la pena llegar hasta Muine. Despúes fuimos a ver las dunas rojas y el pueblo de pescadores justo cuando los barcos descargaban pescado y marisco. Las mujeres se afanaban en separarlo y meterlo en cestos. Para terminar, el Fairy River, un lugar que nos pareció mágico.Y como siempre, las imágenes hablan por sí mismas.




Las dunas rojas. Los niños del pueblo intentan por todos los medios alquilar un plástico para que te tires por las dunas










Fairy River